7.1.07

Esta vida es una mierda, y yo soy un pobre infeliz. Vol. 4

Sonó el teléfono en algún momento de la noche; dejé el cigarrillo en el borde de la mesa, me quité el sudor de la frente y descolgué; al otro lado, el desánimo me insinuó una elección que yo ya tenía tomada. Le respondí con franqueza y recibí contestaciones duras. No me importó demasiado, porque la mitad de las cosas no terminé de entenderlas. La elección no gustó, pero a mí tampoco me gusta que me hagan elegir. Tuve que rechazar no sé muy bien qué a cambio de nada. La nada más absoluta. Me quedé con la nada y, cuando colgué, el cigarrillo se había consumido y había quemado parte de la madera; la ceniza había caído plácidamente sobre mis pantalones. La sacudí con torpeza, lié otro cigarrillo y observé las volutas de humo ante la bombilla. Repasé una vez más lo que acababa de hacer; lo había repasado mil veces antes de que sonara el teléfono. Una de esas elecciones frías y tristes de las que uno ha de arrepentirse: vender un trozo de felicidad a cambio de una ración de paz oscura y malsana. Escribí a P. para contarle lo ocurrido; el teléfono sonó poco después, y la voz de P. me sacó de la tristeza que me embargaba, primero para sumirme en un estado indescriptible de saturación mental, después para depositarme sobre una sonrisa cálida y relajada. Al colgar no me sentía tan pésima persona, sólo un tipo que no sabe hacia dónde mirar y que ha escogido conservar los sueños equivocados.

Bécquer (Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida Insausti) dijo en una ocasión que ningún sueño que se pudiera alcanzar merecía realmente la pena. Soterrados pues los sueños factibles quedan ante nosotros aquellos que son demasiado grandes, demasiado lejanos, aquellos a los que se podría poner sin temor el título de "imposibles". Lié otro cigarrillo y me serví una copa; había perdido el reloj y no sabía qué hora era, pero algo me indicaba que era el momento en el que la mayoría de la gente de bien llevaba un rato metida en la cama. Yo me encontraba demasiado enfermo como para dormir y lo suficientemente enfermo como para mantenerme despierto. Me quité la camisa y quedé tiritando sobre la silla, los codos sobre las piernas, la cabeza entre las manos.

Así me he despertado esta mañana. Debo estar volviéndome loco.

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