28.1.07

Esta vida es una mierda, y yo soy un pobre infeliz, vol. 12

Ya era tarde, entrada la madrugada. Y, pese a no haber pegado ojo en muchas noches, todavía no tenía sueño... pero el cansancio me carcomía, devoraba mis entrañas. Mientras tú seguías feliz en tu nube de golosinas y corazones de melón rosa, solamente era capaz de sentir un sudor frío bajando por mi frente. Una mente destrozada por la angustia. En la mano tenía a ese odioso e inseparable compañero de fatigas, mi cerebro, mirándome con ojos compasivos. Un cerebro ya seco, como cansado de tantas noches de evasión. Esos sesos que me observaban, y que parecía que querían decir "acabemos con esto, mátame". Y no creáis que no quería. Pero eso supondría el fin de muchos viajes. Y aquí hay al menos tres personas que me necesitan. No puedo ser tan egoísta como para dejarlo todo. Es más, dudo tener los huevos necesarios para acometer tamaña empresa.
Así que opté por la guerra psicológica. Mi cerebro contra mí. Y sé que nunca nos hemos gustado demasiado el uno al otro, pero cuando se pone serio, es imposible huir de él.
Así que ahí estábamos, frente a frente. Y quisiera trastocar todo el curso del tiempo... pero es imposible. Las cosas no se pueden cambiar... y tampoco me arrepiento de nada. Al menos, no demasiado... claro, siempre hay alguna que otra cosa que sí te gustaría cambiar... pero creo que, si mirase hacia atrás... mi vida seguiría siendo casi exactamente igual. Bueno, sería mejor pianista, y a lo mejor estaría en la clase de enfrente. Pero mi gente seguiría siendo la misma, el blog versaría sobre la misma temática, quizás con otro nombre, y escucharía un poco más de música. Pero, salvando eso... creo que sería igual.
Tras horas de discusión absolutamente callada, cogí un palo y se lo metí a mi epiléptico cerebro en la boca. Lo dejé ahí, al lado del teclado del ordenador. Decidí que si él no se adaptaba a mí, yo no tenía que ajustarme a mi cerebro.
... Y ahí se quedó.

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