13.5.09

Un Volumen uno.

A veces, no viene del todo mal echarse al hombro cosas que tengan ya algo de tiempo. Pensar. Releer lo que ya estaba lleno de polvo.
Te hace plantearte cosas que creías superadas, acabadas o simplemente ya no te importaban... y ves que no siempre es así.

Una vez me contaron un cuento. Era la historia de un niño durante la guerra de Bosnia. Era demasiado pequeño como para saber absolutamente nada sobre la guerra, salvo que estaba solo en una ciudad destruida.

Era invierno, hacía frío y no había qué comer. Su casa -lo que quedaba de ella- estaba oscura, fría y desierta. El muchacho pasaba la mayor parte del día sentado en el bordillo de la acera al abrigo de una pared soleada, donde hacía algo más de calor. Soñando con comida.

Un día tropezó en el cráter de una bomba cercano un camión cargado de carbón. El conductor no vio el hoyo a tiempo. Cayó al suelo muchísimo carbón. Pero el carbón ni se detuvo. Se perdió en la curva siguiente, y un pedacito llegó a los pies del muchacho.

De pronto, como si alguien hubiera lanzado una señal, se abrieron las puertas y empezaron a salir hombres y mujeres a todo correr. Metían esas piedras negras en cestas, faldas, peleándose por esos trozos de hulla. Debía de ser algo muy valioso, pensó el niño.

Cuando se hubieron ido todos, el niño se sacó el trocito de antes del bolsillo, sin tener ni idea de lo que podía ser. Volvió a su esquina e intentó comérselo.

1 comentario:

Srta. Blablabla dijo...

Me prometí cambiar. No volver a sentirme como ese niño. Porque la esperanza no es lo único que queda, pero sí lo peor que se tiene. Es ese tener los hombros hechos polvo de tanto cargar cosas de atrás.

Un besito de carbón